Comentario
El día 11 de junio, el gabinete acompaña al presidente de la República en su huida de la capital, después de haber ordenado la quema de los documentos importantes que no podían ser trasladados. Dirigiéndose hacia el sur, las autoridades de la III República repetían las anteriores huidas históricas de sus antecesores en febrero de 1871 y septiembre de 1914, cuando la capital se hallaba amenazada por el mismo agresor. Como en aquellos casos, también ahora los poderes del Estado se instalarían precariamente en la ciudad de Burdeos, junto a la desembocadura del Garona.
Mientras, en la capital va a iniciarse el mismo dramático espectáculo que desde hace semanas conocen las regiones del norte del país: el terror, generalizado y el subsiguiente éxodo masivo de la población. Así, ante el temor de una inminente entrada en la ciudad de los alemanes, más de dos millones de parisienses abandonan la capital en las horas que siguen a la notificación de la marcha del Gobierno. En las estaciones ferroviarias de Lyon y Austerlitz, terminales de las líneas que conducen al Mediodía, los trenes son asaltados por la multitud, mientras arden los depósitos de combustible situados en los arrabales de la ciudad. Aquel 11 de junio, los alemanes habían conquistado la ciudad de Reims, situada a poco más de cien kilómetros al este de la capital.
Allí, las calles se presentan desiertas y los transportes públicos vacíos. Los medios de automoción son requisados de forma oficial o utilizados en la huida, mientras que la falta de prensa y las carencias en los servicios de gas y electricidad vienen a unirse en el desolador panorama. El cierre de los establecimientos de venta de comestibles, restaurantes, cafés y farmacias contribuye a hacer todavía más penosa la situación para los que permanecen en París. La Bolsa, las oficinas de correos y las entidades bancarias han sido asimismo clausuradas, ante el pánico de una población que hasta solamente unas pocas horas antes se había visto tranquilizada por los comunicados oficiales falsamente optimistas. Pero para entonces los bombardeos de las factorías de Citroën y Renault, situadas en la periferia industrial, habían ocasionado la muerte de los primeros, parisienses.
El día 12 de junio, Churchill termina su última visita a Francia tras su encuentro con el presidente del Consejo, Reynaud, en Tours. El primer ministro británico insta entonces a las autoridades francesas a proseguir las hostilidades contra Alemania bajo todas sus formas posibles, tras haber ofrecido la posibilidad de una total unión política entre ambos aliados. Esta propuesta sería rotundamente rechazada por los franceses, que ya muestran signos de abandonismo ante el ímpetu con que sus fuerzas son arrolladas y su país ocupado por su enemigo. Al día siguiente, el presidente norteamericano Roosevelt asegura al Gobierno francés toda clase de ayudas materiales en la situación en que se encuentra, pero no realiza promesa alguna en relación a su posible entrada en la guerra.
Los muros de la capital francesa se encuentran ya cubiertos por enormes carteles que la declaran ciudad abierta en previsión de posibles bombardeos. Los menores de catorce años ya han sido evacuados de la ciudad tras el cierre de las instituciones de enseñanza. Las noticias del bombardeo de Lyon por parte de aparatos italianos no hace sino aumentar los temores existentes en París, que el día 13 es abandonada sin lucha por el VII Ejército francés, quedando de esta forma totalmente desguarnecida. Ello hace que en la madrugada del 14 se lleve a efecto la capitulación de la ciudad y la entrada en ella de la 87ª División de Infantería de la Wehrmacht.
El Alto Mando alemán ordena la cesación de toda posible resistencia al tiempo que establece las penas para quienes incumplan este mandato. Al mismo tiempo, garantiza el mantenimiento del orden en toda la zona y el funcionamiento de los servicios públicos fundamentales. Otra disposición de los ocupantes obliga a los parisinos a permanecer encerrados en sus domicilios durante las primeras cuarenta y ocho horas de ocupación. El general Von Studnitz, comandante en jefe de las fuerzas de ocupación del Gross París, se instala en el Hotel Crillón, que pasa a convertirse en su cuartel general. Al mismo tiempo, el gobernador militar de la ciudad, general Von Briesen, ocupa con el mismo fin el Hotel Meurice. En la noche de aquel mismo día 14 llegan a la ciudad los responsables de la organización de la red de la Gestapo. El largo silencio ha comenzado.